
Lo malo del miedo infantil es que puede regresar en el momento más inesperado, con las luces de toda la casa encendida y de espaldas a la puerta. Basta con cerrar los ojos e imaginar la sombra de Nosferatu acechando en tu mente. ¿No se te ponen los pelos como escarpias? Lo más probable es que sí y que incluso notes humedad en los lagrimales. Es el miedo puro, el que te hace darte la vuelta sobresaltado y percatarte de que estar solo en una habitación es mucho más siniestro que acompañado de sonidos.
¿Cómo escapar del miedo a estas alturas? De pequeña me tapaba la cara con una almohadita (si me tapo, el mal se va, soy muy poderosa. Pero si me la arrebatan... No sé qué será de mí.). Había niños que se iban a dormir a la cama de sus papás después de haber gritado durante 1 minuto y medio... Pero con 20 años, a pesar de la experiencia, parece que nos quedáramos sin ideas, imaginación y demás cosas propias de la inocencia. ¡Pues qué lástima!
Quizá sea hora de buscar a la almohadita en el baúl de los recuerdos.
Gracias mil al chico que envía postales navideñas sin un solo dibujo típico de dichas fechas.