martes, 1 de julio de 2008

Catorce de junio

Hace unas horas, caminé para despedirme. Quizá otra persona hubiera dicho "hier soir", pero no quiero pensar que algo tan cercano pertenezca a ayer. Por tanto, hace unas horas, caminé para despedirme.
Es curioso. Cada rincón de Rennes ya no me hablaba como siempre, murmuraba cosas en una lengua que no llegé a comprender en aquel momento. Un pajarito me dijo que eso ocurría porque "tú ya no perteneces a todo esto." Entonces, las torcidas maderas de colores que recubren las casas y la gente en las terrazas de la rue de la soif me apartaron de su lado y me convertí en la desconocida de la cara emborronada.
Me empecé a despedir. De las horteras esculturas doradas del parlamento y sus grandes escaleras que nos acogieron un día de sol y con suculentos sándwiches de salchicha. De la esfera del reloj de la mairie y de los millones de actos a los que les ha dado la hora. De la gente que nunca conocí y que jamás conoceré. De los suelos de piedra que sostuvieron a mis rodillas en mis caídas. De esa suite, envidia de toda chambre y a la que no cogí cariño. De los perros criadores de pulgas y de sus dueños que huelen a calle y a sudores fríos. De un círculo de familiares cercano-lejanos que bebían latas de cerveza barata. De "Station Sainte Anne, accès Centre Historique, Les Lices, Hôtel Dieu, PLace Hoche". Del tapizado de las paredes de su portal, de sus ojoscuriosos, de sus brazosprotectores de sus manoshonestasydesubocapuntoyseguido.
(...)
Pasaron las horas. Tu imagen desapareció y allí estábamos. La gare de Rennes, las vías y yo.

Fin.