miércoles, 23 de diciembre de 2009

Pesadilla durante Navidad por Cristina Burton

Hasta ayer, echaba mucho de menos tener tiempo para mí y vagar por las calles de A., sin pausa pero sin prisa, como a mí me gusta.
Pero, ¿qué ha podido pasar ayer para que ahora mismo no quiera volver a salir de mi cueva nunca más?

Pues bien. Para empezar, ayer no fui yo quien decidió ir a dar un paseo, sino que fue el paseo quien se tomó la libertad de enfundarme en mi abrigo-peluche (sintético. Tranquilos, grinpiseros) y abrirme el paraguas en la puerta de mi casa. Paseo también quiso ponerme bufanda. Me decía: "Anda, tápate bien la garganta, no vayas a coger frío".

La gente por estas fechas sale a la calle no por voluntad propia, más bien por obligación. Paseo-consumista les insta a abandonar sus refugios ataviados con cuellos vueltos, guantes, guirnaldas, estrellas en la cabeza y demás familia. Pues eso mismo me pasó a mí, pero sin toda la carallada navideña.
A pesar de mi enfado con los días de Papá Noel, este año me había propuesto, mentalmente, enfadarme un poco menos con los Reyes Magos y El Corte Inglés y echarles una sonrisita diaria.

Enfin bref, salí de casa de la mano de Paseo y me dirigí a la base de operaciones del Dr. Maligno (el centro comercial, vaya) a comerme la cabeza para ver qué diantres podría comprarle a la familia. Para mi no asombro, la entrada del edificio estaba ATESTADA de adolescentes, esos granujillas que tanto adoro, que gritaban y se reían a niveles insospechados.

"Respira, respira hondo".

La calima del centro comercial y sus temperaturas saharianas hicieron que me empezara a poner de muy mal humor, pero con mi renovado espíritu navideño intenté relajarme.

Y ahora pregunto yo: ¿Qué hay peor que un disco de villancicos que aún no se ha rallado? Pues yo os daré la respuesta: un disco de villancicos que aún no se ha rallado de Luis Miguel. (El karma me está castigando de lo lindo últimamente por ser mala persona).

Después de aguantar una cola kilométrica de bebés esperando por ir a hacerse la foto con Papá Noel, que por cierto hace más ilusión a los padres que a los pobres niños, los gritos de los granujillas que no tienen nada mejor que hacer que vivir, los villancicos de Luis Miguel, los pisotones/empujones y un largo etcétera, huí lo más rápido que pude de allí.

"Respira hondo y vamos a tomar el aire. O la lluvia. O lo que sea".

Casi queriendo asesinar a todo cuanto respirara, me dirigí al centro a pasear y evadirme un poco de la naviditis. Qué bien me estaba sentando el aire fresco... Noto que me recupero... Ya vuelvo a ser una persona norm... Pero qué demonios... ¿Villancicos por megafonía callejera? No daba crédito. ¿Por qué me odias, seas quien seas?

Me puse a correr tratando de escapar de todo referente a la Navidad y me metí en unas galerías que no tenían pinta de estar muy llenas de gente.

"Uff, aquí estoy a salvo, ni pizca de Navidad por aquí".

Después de sortear a un par de borrachos de mirada turbia, encontré unas escaleras que creí que me llevarían a la salvación. Qué inocentona soy a veces. A la vuelta de la esquina había un Papá Noel que me estaba mirando. Un maldito muñeco de plástico que tenía la mirada fija en mí y parecía decirme "No tienes escapatoria, ven aquí a bailar conmigo". Empezó a menear el bullarengue con un ritmo infernal...

A partir de ahí no recuerdo nada más. Lo único que sé es que hoy cuando abrí la ventana de mi habitación y me intenté asomar me dio un ataque de pánico y la tuve que cerrar inmediatamente.

Este es el principio de mi enclaustramiento permanente, señoras y señores.