miércoles, 31 de octubre de 2007

Uno, dos y tres

La torre Eiffel tendrá sus 700 y pico escalones.
En el Louvre [con entrada gratuita a las 18.00h del viernes] estará la Gioconda.
Los Campos Elíseos no serán lo que esperaba.
Montmartre contará con los momentos más entrañables jamás vividos.
Los croissants serán más caros que en España a pesar de que sean el pan de cada día de todo parisino.
El arco del triunfo seguirá con su forma de arco.
Unos jovencitos se darán su primer beso en un banco.
Pero nuestra visita no será lo esperado.
Y con una excitación adolescente veo cómo se suceden los acontecimientos.
Sigo esperando por...

sábado, 27 de octubre de 2007

Quisiera que fuera mejor, J. Smith

Querido Fulanito de Tal:
Hoy quisiera relatarte de forma más o menos mediocre la historia de mi gigante amigo J.Smith.
Debe de medir, lo mínimo, unos 4 metros de altura - frente a mis 50cm, la diferencia se hace más que evidente -, tiene unos ojos azules tan grandes, que los aviones los confunden con el cielo y chocan contra ellos. "¡Ay! Se me ha metido algo en el ojo. Otra vez esos malditos aviones descerebrados. Ya van siendo horas de que el gobierno ayude al maldito tráfico aéreo."
Su alimentación basada en magdalenas, zumo de naranja, agua, whisky, nada de queso y saltarse 3 comidas de setenta y ocho han pervertido al cuerpo de J. Smith: delgado, con una fuerza superior a la del propio Hércules.
Semblante serio y frío (ártico), Mr. Smith rasga en sus cuerdas versos impregnados de inequívoca tristeza, pesimismo callejero, epítetamente Smithiano. De hecho, su vida es una constante banda sonora que puede modificar cada minuto, según se presenten los hechos de la historia.
A menudo sueña con barcos en el Atlántico, un Atlántico embravecido, tormentoso sobre el que vuela vuela vuela hasta dejarse caer apaciblemente en él. Going deeper and deeper, J. Smith se acaba hundiendo.
Se rumorea que le apodan "El Santo", pues su paciencia y bondad es tan infinita como su imaginación. Muchas cosas imperdonables le han oprimido el corazón. No es razón para que su desmesurada mente benigna no pueda llegar a comprender. Yo, desde mis 50cm de altura, no lo alcanzo a comprender. Será este corazón de plastilina que me han implantado. Maldito sea. Esto es un secreto, pero me dijo Da Vinci que está pensando en hacer un retrato suyo con una mandorla mística para él solito.
Lo considero como uno de los mejores oradores de Atenas. Por ser tan bueno en la materia, casi nunca la ejerce, solamente cuando la situación lo requiere. Sus palabras nocturnas (no tanto las diurnas) son directas al estómago. Pueden llegar incluso capaces de desangrarte viva, pero sin llegar a matarte. Pero también te pueden desangrar a lágrima viva de belleza, de realidad. Es, sin lugar a dudas, el maestro de la palabra de la polis.
A J. Smith no le gusta hablar de ternura, ni de sus propios sentimientos, eso se lo reserva a sus cuerdas, sus amantes bandidas. Eso sí, los niños pequeños consiguen lo que nadie es capaz de hacer: derretirlo por dentro. Maravilloso.
De mayor quiere ser conocedor del planeta y hablar tantos idiomas como hormigas hay en el mundo. Estudiará mas carreras, será guitarrista obligatorio en todos los festivales de verano, será abuelo serio pero divertido, de los que dan chocolatinas a escondidas de papá y mamá.
J. Smith estará en la plaza del Hierro el día 23 de diciembre, con una mirada paternal y orgullosa, me dará un abrazo y me dirá un insulto cariñoso.

PD. Varios factores como letras de canciones y día en particular me han cegado un poco a la hora de redactar mi carta. Espero que J. Smith lo sepa comprender. Es más maravilloso de lo que parece.



Rennes (ciudad terapéutica), 27 octubre 2007.

jueves, 25 de octubre de 2007

La sensación sublime de finales de octubre

Es increíble que la atmósfera pre-magostos se pueda acariciar con la punta de los dedos en una ciudad tan distante a Ourense como lo es Rennes. Se puede deducir a finales de octubre, con brumas matinales, sol de mediodía y frío continuado. El olor en mis fosas nasales, pituitaria y demás artilugios físico-cuánticos es el de las castañas cuasi recién caídas del árbol.
Si ahora mismo estuviera en el colegio, estaría dibujando un mural muy grande sobre papel marrón y con tizas de colores en el que unos niños hacen una hoguera de inconmensurables dimensiones con muchas castañas antropomorfas bailando alrededor: con sus ojitos, sus bracitos, sus piernitas... Tendría que subirme a una silla para llegar arriba de todo y rotular las letras con rotulador Edding 500 de color negro. Aún así, tendría que ponerme de puntillas porque no alcanzaría semejante altura. Parece mentira que la vida de estudiante de primaria sea tan dura y precaria.
Llegada al instituto, estaríamos pensando en qué día subir a Montealegre, qué comida comprar, quién llevaría la música y con una gran duda en mente: ¿nos lloverá?
A día de hoy, camino por la calle a paso ligero, sonriendo, con una bufanda de colores al cuello, una caja de cereales en las manos y respirando el olor del aire de finales de octubre. Es tan concreto, tan tangible... Me pregunto en qué estarán pensando los ourensanos ahora mismo.
En lo que se refiere a mi ente pensante, no estaría mal salir a la calle, comprarle a una señora con un pañuelo en la cabeza y arrugas en las manos un cucurucho de castañas bien calentitas y comérmelas dando un paseo, de esos que te dejan la nariz roja, bien roja. Entonces alguien vendrá y me apretará la nariz con fuerza durante 2 segundos y 58 décimas y entraré en calor.

Et voilà.

martes, 23 de octubre de 2007

El camino del bien/mal vs. El camino del mal/bien

Una espada. Una pared. Una persona de por medio. Poco espacio. La continua sensación de disfrute prohibido por tu moral humana.
La vuelta de ese momento que creía perdido hace demasiado tiempo para ser tan joven.
Olvídalo. Está prohibido en tu razón. Deshazte de él. Hay mucho en juego. Tus valores también.



Pero cuando el pensar en una misma roza el egoísmo y el pensar en los demás roza la idiotez, la mente se agarrota y se desgasta. El constante gasto inútil de energía por parte de las neuronas.


¿Y dónde están Platón, Aristóteles y los presocráticos para ayudarme con este dilema?

jueves, 18 de octubre de 2007

Dos minutos veinticinco segundos

En aquel momento, la puerta de madera azul oscuro se encargaba de separar a dos personas, un antes y un después, una situación, una momento agridulce y delicado. No era tanto una realidad física como personal.
Primero vinieron golpes suaves, luego los insistentes, los violentos los acompañaron y los susurros fueron los últimos en llegar a la fiesta. El miedo que se apoderó de las entrañas de Petra en aquel mismo instante le decía que a Diego Canitrot le había ocurrido algo malo. Quizás una pandilla de matones venidos de Swazilandia se habían ensañado con el por no darles un cigarrillo. O podía ser también que una mafia italiana lo secuestrara durante un par de horas y como "el pajarito no quería cantar" le cantaron una buena ópera de sangre.
Abrió la puerta y Diego Canitrot estaba en el vano de la puerta con una sonrisa bonachona. O mejor podríamos decir que pícara. Sí, sí, pícara.
La excusa de Diego Canitrot era que se había quedado sin llaves, aunque era todo un poco extraño. Un chico nunca deja sus haberes en manos de otro chico. O eso creía ella. Se sentaron a la mesa y Petra preparó café. Una cucharada de café, dos de azúcar y leche muy caliente. Petra pensó en echarle unas gotitas de coñac del barato, pero pronto descartó la idea al ver a Diego Canitrot sumido en una especie de aura espectral. Sus ojeras y su palidez aumentaban todavía más, si es que era posible, esa visión de imagen espiritual.
Hablaron durante un rato. Siete minutos y cuarenta y siete segundos. O quizás más. Ninguno lo sabía. Petra se fue a la cama, pues eran casi las 2 de la mañana y había tenido un día duro. Dejó que Diego Canitrot se sentara en el lecho y no paraba de hablar. La joven no tenía ni la más remota idea de las cosas que salían de sus cuerdas vocales y se sentía un poco incómoda. Hasta que él dijo (...) y Petra se quedó sin palabras por primera vez en mucho tiempo. (...)
Diego Canitrot se fue al baño. Tiempo máximo transcurrido: dos minutos veinticinco segundos, el tiempo suficiente para que Petra:
- sintiera un pinchazo en el pecho
- tosiera tres o cuatro veces
- recordara la misma situación desde otro ángulo.
Esto último fue lo que provocó una lágrima, que salió del ojo, se escurriera por la cara y muriera en un pañuelo de papel. Entonces echó de menos a .
Diego Canitrot regresó del baño y se sentó abrumado. Con los ojos cerrados escuchaba a Petra intentando acabar con la tensión acumulada y tranquilizar al chico.
"Será mejor que durmamos."
"Está bien."
Y Petra oyó entre tos seca como Diego Canitrot hablaba entre sueños en francés.

viernes, 12 de octubre de 2007

Hoy, desde una perspectiva positivista

De cuando te levantas orgullosa de ti misma. Tanto, que te entran ganas de reír a carcajadas y disfrutar de un domingo de tormenta y resaca conjuntivítica.
La emoción te embarga sobremanera y necesitas gritar y correr en un campo lleno de amapolas.
Sin duda, la mejor sensación del mundo. Algo que te ha costado tanto, por lo que tanto has llorado y peleado. (...)
Entonces una noche te ves rodeada de gente que ya no son unos desconocidos para ti, son tus compañeros en este viaje. Algunos, tus amigos, a los que das besos, con los que bailas, con los que sueñas. También suelen aparecer espontáneos que nada tienen que ver con el asunto, pero los acoges, porque también forman parte de nosotros (aunque indirectamente, claro). La masa humana aumenta y las ganas de hablar y descubrir la tinta también...

Y la alegría te embriaga porque todo es mejor de lo que esperabas. Te falta eso tan importante, por supuesto, pero sabes que está ahí, esperando con los brazos abiertos. Entonces eres un poco más contenta.

miércoles, 10 de octubre de 2007

La luz empieza a iluminar al erasmus


... y cuando parecía que el grupo Tararí estaba condenado a hablar en español durante toda la estancia erasmus, llegó la noche del 9 de octubre de 2007.
A Monsieur A. y Mademoiselle S. (ambos sujetos anglófono-xilófonos) se les da por juntarse muy a menudo con nosotros. Cuando nos los encontramos 764923084029842 veces al día, casi siempre al lado del tan celebérrimo supermercado para los villajuaneses, emitimos sonrisas, pero de las frescas, de las joviales, de las que te salen directamente de los mofletes, de esas que terminan en un suspiro "aaayyy".
Pues ayer fue una de las soirées que compartimos con nuestros niños anglófono-xilófonos. Contexto de situación: rue de la Soif ( que está à côté de la plaza de Sainte Anne). ¿Hay bares? Si le das una patada a una casa de las bonitas salen cuarenta y tres bares más bonitos y enxebres. Decidimos dejarnos caer en uno que tenía unas mesas de madera tan pequeñas que la tarea de circulación sanguínea era muy ardua. Muchos temas sobre la mesa. Quizás hagamos una fiesta internacional como intercambio cultural. Muchos silencios que todavía resultan tan horribles como cuando alguien frota un globo. Grrrrrr... Mademoiselle S. siempre tiene algo que decir en francés. Cuando intenta explicarse, siempre abre la boca y gesticula mucho. Tiene muchas cosas que enseñarnos, yo lo sé, por eso nos vamos a pasar mucha música el viernes. Por otro lado está Monsieur A. que se coloca el flequillo y sonríe de una forma tan inocente que le puedes ver los dientes de leche. Es curioso. Sabe hablar español, francés y un poco de catalán. Parece más tímido y habla un poco menos. A mi modo de verlo, es una caja de sorpresas.
Cuando salimos del barbonitorústico, caminamos por las mojadas aceras de piedra con el rumbo que nos proponía el ritmo de las zapatillas sobre los charcos.
"¿Sois erasmus?" unas voces que salían de un coche nos gritaban.
"Sí."
El torbellino de italianos nos dispersó y diluyó en la oscuridad. El resto pasaba como una película. Seres desconocidos sin una nacionalidad común y con una lengua extranjera para compartir. Y no cesaban las apariciones de franceses agradables que te daban conversación. Y las palabras fluían y fluían en français. Fluidez y más fluidez.
Y seguíamos riendo y flotando entre la multitud. La parada del metro. "On se rencontrera cette semaine. À bientôt!" Y sin querer, sin poder evitarlo de algún modo, cada parada de metro nos iba robando a cada uno de nosotros, separándonos en unidades heterogéneas que no tardarían en homogeinizar...
La emoción no hacía sino embargarme. Mis entrañas se retorcían de nervios por dentro. Las manos casi no me respondían al abrir la puerta de la habitación (la co-chambre). Las piernas casi no me dejaban ponerme el pijama tranquila. La cama parecía que temblaba. Mi cabeza estaba tan alterada que no me dejaba conciliar el sueño. Y las imágenes de la noche se sucedían sin dar tregua. PUM. Comienza la aventura.


Fotografía: Dorothea Lange.

jueves, 4 de octubre de 2007

Qué malita estoy y qué poco me quejo

Un ser malvado me ha atacado, se ha apoderado de mi sistema inmunológico (cargado de nutrientes verduriles) y por desgracia, he sucumbido.
El virus de la gripe ya está aquí.
Ha conseguido anularme como persona con su ataque impactrueno 67567 dentro de mi cabeza; ha desplegado un ejército de mucosas en mi nariz (son 6497693 hombres a combatir); mi estado de ánimo está por los suelos. ¡Quiero mimos!
En mi tercera semana de erasmus (tras una conjuntivitis que no tiene nada que envidiarle a mi nuevo virus), me enfrento a un nuevo reto. Soy una persona fuerte, puedo con esto y con muchísimo más.
Mis fieles y adorables lectores, siento no poder actualizar con algo más Crixu. El catarro ha secuestrado a mis neuronas y pide una recompensa de muchos kg de Paracetamol. He decidido ceder al trato. Al fin y al cabo, necesito esas neuronas...

martes, 2 de octubre de 2007

Tonterías que recuerdo. Parte I


A decir verdad, siempre tuve curiosidad por esos dos, de entre los que llegaron nuevos en 1º. Ni siquiera estaban en mi clase. Pero si salías de mi aula y te asomabas un poco a la derecha, podías ver la puerta azul semioscuro de la suya.
Recuerdo que en los recreos de aquella época de antaño tan cercana, nos gustaba hacer el cafre. Montar cualquier tipo de altercado era el pan de cada día: peleas de borradores, peleas de agua, peleas de gallos, peleas de peleas... Las típicas tonterías que hace cualquier jovenzuelo de 17 años que vive en Nunca Jamás.
En aquel entonces, mi único lazo de unión con ellos eran las conversaciones que manteníamos a distancia y sin que ellos se dieran cuenta, pues yo era una completa desconocida. ¿Qué tendría ese dúo que me llamara tantísimo la atención? ¿Quizás el hecho de que uno fuera altísimo y el otro bastante más bajo? ¿Que uno llevaba gafas y me resultaba interesante? ¿Que siempre estaban en la puerta de clase hablando y carcajeando? Había un ALGO que me mantenía expectante. He de reconocer a día de hoy y a modo de confesión que cada vez que me los cruzaba, pasando completamente desapercibida, me daba un pinchacito en el corazón. Llamémosle… No sé qué significaba, desde luego.

Una tarde gris y lluviosa de las de hacer muchos muchos deberes, apareció alguien en la pantalla de mi PC que quería hablar conmigo. Mi humor de perros lo mandó a hacer un sofrito de espárragos unas setecientas cuarenta y siete mil ochocientas noventa y cuatro veces. No sabía por qué me estaba molestando de ese modo. No había hecho nada malo. Pero no me gustaba ni un mísero ápice. Pero él insistió y me sentí una bruja aburrida. Otra oportunidad. Para mi sorpresa y para un vuelco de corazón, resultó ser uno de aquellos dos seres humanos tan cercanamente lejanos para mí. El por supuesto no me reconoció, pero quería que le saludase en el pasillo para saber de una vez por todas quién era. Como era de esperar, no quise hacerlo. Más por vergüenza que por otro motivo rechacé la opción de saludarle. Por otro lado, era muy divertido saber quién era, que él intentara descubrirme y que no lo consiguiera. Para mí era un juego muy entretenido ver que se acercaba a mí sin saber que realmente era yo para preguntarme por alguno de mis compañeros de clase.

“Pero si me viste, ¿por qué no me saludaste?” “No vi a nadie gritando esta mañana.” “Pues no me fijé.” Etc.

Desde invierno hasta cuasi verano, el cuento continuó de esta guisa. Hasta que un día…