sábado, 19 de enero de 2008

Ella

Ella.
La que nos venía a buscar a A. y a mí a las 10 de todas esas mañanas de los veranos de la inocencia y la veíamos como una heroína. La que me enseñó a nadar "Venga, quítate los manguitos que vamos a nadar un poco." y, con su gorro de natación rosa fosforito, era la envidia de todas sus amigas cuando la veían bucear.
La que aguantó toda una noche mis lloros y mis "quiero que venga mamá" porque me dolían mucho los oídos. Era ella.
La que nos preparaba los manjares más suculentos si se enteraba de que íbamos a comer/cenar a su casa. La que no dejaba que te movieras ni para coger un vaso de agua e iba cuasi corriendo de un lado para otro de la casa para que siguieras viendo la tele. Ella.
Era ella, también. Con la que más ataques de risa me pudo dar, de los de no respirar, de los que te quitaban el habla media hora porque ella seguía riendo.
Sí, era ella. La que intentaba imitar a Lina Morgan, moviendo las piernas de una forma muy fresca. La que se levantaba a las 7 de la mañana y subía y bajaba sus 87 escalones como quien se come un trozo de pastel de nata. Así de a gusto lo hacía.
Ella. La que una noche llamó a casa por teléfono y dijo que la habían intentado atracar a ella y a una amiga en la calle, pero ella, no recuerdo cómo, se armó de valor e intentó salvar la situación. La que era capaz de mancharse una oreja comiendo una onza de chocolate.
También la que un día me despertó una siesta, curiosamente, cantándome Malagueña Salerosa. O la que nunca conseguía comerse las uvas en fin de año. Lo cual me hace pensar que, en vez de felicitarle el año le decíamos: Feliz Cumpleaños.
Ella. La que no paraba de hablar, sobre todo cuando alguna de sus chicas de oro hacía algo inmoral, dentro de la moral de la cafetería Marinto. O puede que la que se tomaba un aneurol cuando llamaba a casa y no había nadie. Tantas catástrofes podían habernos ocurrido...
A la que veías por la calle a dos metros y, de tan ensimismada que iba, no se daba cuenta de quién eras. "Ohhh, hola reina, no te conocía."
Con ella, con la que nos moríamos de la risa cuando se ponía el pelo de punta adrede mientras se peinaba.
(...)

Ella, la que para mí nunca dejó de ser una heroína. No puedo ni quiero recordarte de otra forma.

jueves, 10 de enero de 2008

Vuelta a... Rennes

Llorarás en la despedida.
Llorarás en el portal de tu casa.
Te consumirá el lloro por dentro en la terminal.
Pero una vez dentro del avión, se acabó. Has entrado en terreno neutral, la tierra de nadie.
Los llantos se escapan por las salidas de emergencia (dos delante, dos en el centro y dos detrás), ¿alguien ha visto el miedo y la melancolía?
Qué cambio tan brusco, es extraño.

(8 horas después...)

... mientras subes, con un esfuerzo de héroe griego, las escaleras del metro y ver, tras tres semanas de olvido, la plaza de la universidad. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué esa atmósfera tan desconocida? ¿Dónde está el oxígeno que respiraba hace menos de un mes?
Qué cambio tan extraño, es tan brusco...
Tres semanas, que tan poco parece, es el tiempo suficiente para... bueno no sé. Simplemente para darte cuenta de que has cambiado de chip. Qué tontería.